Claudia trajo al grupo este poema-escrito a los seis meses de haberse separado-y lo leyó con voz trémula. Quienes coordinábamos la reunión entendimos que allí se condensaban-con la inapelable contundencia de la poesía- imágenes poderosas.En efecto, la separación es como una quemadura de tercer grado, y cada capa de piel dañada se corresponde con las etapas que debemos atravesar, curando y cicatrizando.Para Claudia, pelar esa cebolla que era ella misma tenía un significado equivalente. Y todos coincidieron en que la primera capa de piel-cebolla, la más expuesta y por lo tanto la más dolorosa, es la del momento de la ruptura.
Aunque el divorcio sea consecuencia de un proceso de deterioro y alejamiento paulatino, el momento de la decisión arroja a ambos miembros de la pareja a un gran shock emocional.Quedamos atrapados entre la vivencia del tiempo en que todo estaba bien y el tiempo presente, un mero fragmento de angustia. Es como si no importara quién tomó la iniciativa, quién se va y quién se queda; para los dos, hay un instante en que el mundo parece detenerse. O derrumbarse.
En el transcurso de su entrevista de admisión al grupo, Nora-45 años, dos meses de separada-nos había dicho: “Cuando llegó la separación concreta, fue como partirme en dos. Una terrible sensación de desgarro. De golpe, sentí que no pertenecía a ninguna parte”. Luis elige su propia metáfora: “Llegó el día del no va más. Ya no se permitían las apuestas y estaba todo sobre el tapete. Pero era una ruleta infernal porque, saliera lo que saliera al detenerse la bolilla, yo perdía”.
Pérdida, vacío. El caleidoscopio comenzó a girar sin rumbo todavía; aún no se forma una clara figura sobre el fondo. Cualquiera que lo haya atravesado podrá sentirse identificado con las vivencias expresadas en el grupo:
– No sabía quién era, yo no era yo. Mi personalidad se había roto, todo había cambiado.
– Tenía la sensación de estar viviendo una pesadilla.
– Fue como un mazazo en la nuca.
– Recuerdo ese día como envuelto en una bruma.
Hacer las valijas, decidir quién se queda con qué, hablar con los hijos. Hay que anunciárselo a los familiares y a los amigos, cuando en realidad, lo único que uno quisiera es que esto pase rápido, tan rápido como para no tener conciencia de ello. O que la película vuelva atrás, al momento de la foto-fija, la de la noche de bodas. Esta foto que está en el álbum y que ahora irá a parar a una caja oculta en el fondo del placard, junto con los sueños y los proyectos en común. Ninguna conducta es anticipable, las emociones son contradictorias y constantemente afloran recuerdos de la situación anterior.
En medio de su confusión, Silvia se pregunta: “Qué me ocurre. Si yo quería que se fuera. Ya no aguantaba más tanta pelea y destrucción. Entonces ¿por qué me siento tan mal?. Claudia, en cambio, recuerda que su primera reacción fue la opuesta:”El día que él se fue, yo me sentí la Mujer Maravilla. Compré flores, puse música. No estaba dispuesta a aflojar”.
Muchos llegan al grupo con la idea de que no es lo mismo irse de la casa que ser el que se queda, abandonar que ser abandonado, tomar la iniciativa o padecerla. “Me niego a dividir el mundo en víctimas y en verdugos”, explotó cierta tarde Roberto, y agregó, un poco más calmo:” Para bailar un tango se necesitan dos, así que de nada vale echar culpas”.
Es cierto, pero quizás la comprensión de este hecho sobrevenga más adelante. En cuanto al torbellino de sentimientos que tiene su epicentro durante el momento de la ruptura, resulta indudable que no experimenta lo mismo quien se hizo vocero de la situación que quien se siente dejado de lado.
Es probable que el que tomó la iniciativa se vea obligado a armarse mejor, a tener más claros los motivos de la separación. Se verá expuesto a la negativa del otro, a la ira o los intentos de esperar un poco más a ver si las cosas se arreglan, frente a lo cual necesita estar muy firme en su decisión y negar a su vez los propios sentimientos de dolor y confusión. Si, además, quien se va lo hace con otro o con otra, sumará inevitables sentimientos de culpa y completará el perfil del perfecto verdugo.
Para la supuesta víctima, la vivencia de rechazo es profunda, tanto como la grieta que el otro está abriendo en su autoestima. Es probable que se abroquele en reproches y acusaciones, que se deje ganar por el enojo y el deseo de venganza o, por el contrario, la depresión lo invada. María está empecinada: “Yo no me considero separada. Soy abandonada y nunca aceptaré que se haya ido”.
Leo: “se fue solo porque el otro le ofrecía mayor bienestar económico. Lo nuestro era perfecto, nunca ni un sí ni un no”. Esteban: ¡Cómo es posible que me hayan echado de mi propia casa, de mi propia vida!. Paula: “Resultó un actor excelente, un hipócrita. Todo estaba bien, hasta que yo desperté del sueño y él se había ido con otra.” Y Julián: “Sigo sin entender qué pasó. No hubo un tercero en el medio. Simplemente, ella decidió que lo nuestro no era como antes y se fue”.
Desde este lugar de queja y acusación es fácil fantasear o actuar- revanchas dirigidas a devolver el daño causado por el otro. Algunos planean no otorgar el divorcio legal, otros utilizan a los hijos como chivo emisario, están los que acuden a escenas de violencia y los que juran que jamás perdonarán.
Mientras tanto, es seguro que al verdugo tampoco le sonría la vida. Carga con la culpa o se defiende de ella, pero en todo caso, necesita salir del círculo vicioso tanto como la víctima. Ambos roles son difíciles y ninguno deseable. Si la separada no toma conciencia de ello, la culpa o el reproche pueden impedirle dar un paso indispensable para la resolución de su crisis: asumir la responsabilidad compartida.
En el momento de la ruptura la llaga todavía está al rojo vivo. Así lo describen Earl Grollman y Marjorie Sams: “El matrimonio está muerto y no hay cadáver sobre el cual llorar. El ex está afuera. En alguna parte, hay algo sin terminar”!.
Hay un hecho abrumador por lo inevitable: aun cuando la separación llegue de común acuerdo, al efectivizarse perdemos abruptamente la estructura familiar conocida.
Se altera la cotidianidad y nos vemos zambullidos en otro mundo del cual desconocemos los códigos. El matrimonio podía no proporcionarnos felicidad, pero era dador de identidad, nos confería rutas señalizadas para transitar.
Ahora, en cambio, es la selva; no sabemos bien qué hacer, a quién recurrir, con qué recursos contamos ni, en definitiva, quienes somos.
En esto consiste la despersonalización que, de una u otra forma, experimentamos. Y la vivimos como podemos, sufriendo exigencias de afuera que no dejan el espacio ni el tiempo necesario para lamerse las heridas de adentro.
¿Dónde vivir? ¿Cómo encarar el cuidado de los hijos? ¿Qué acciones legales tomar? ¿Cómo resolver los aspectos de dinero? Tarde o temprano, un nuevo orden será establecido, pero por ahora, en el viaje hacia lo desconocido pesan más las pérdidas que las ganancias, las complicaciones que el alivio.
El que se queda en la misma casa que antes habitaban ambos siente el espacio vacío y si hay hijos, la urgencia de responder las preguntas que ellos formulan. El que se fue debe adecuarse a su nueva vivienda y cada vez que regresa al ex-hogar para recoger a los chicos, desde la puerta entreabierta se ve acechado por el pasado y sus fantasmas.
Entretanto, los amigos comienzan a opinar y a tomar partido, los familiares suelen escandalizarse y los jefes, protestar por el modo en que el acomodamiento a la nueva situación influye en nuestro ritmo laboral. Si no hay jefes y somos profesionales autónomos la preocupación no disminuye; de todas formas el rendimiento decae.
Cuenta Roberto: “Creo que el día después afecta más a los hombres que a las mujeres, porque ellas se quedan en la casa, con los hijos, y es el hombre el que rompe con todo. Para mí, el primer mes fue fatal, no porque me sintiera solo sino por la pérdida del núcleo familiar”. Y a Mario le sucede algo similar; él todavía no ha superado esta etapa: “Pasaron ocho meses desde que me separé, tengo mi vida más ordenada y mis hijos vienen seguido a mi nueva casa. Pero sigo mal, lo que más me duele es no tener una familia. Fui educado para ver a la familia como algo importante, protector. Era una frazada que me abrigaba; no me acostumbro”. Interviene Nora: ¿Y a ustedes les parece que porque la mujer se queda en la misma casa las cosas son más fáciles? Los primeros meses, cada tarde creía escuchar la llave de mi marido en la puerta; todos los rincones de la casa me lo recordaban, justo cuando yo ansiaba olvidar. Recuerdo la primera fiesta escolar después de la separación; siempre por mal que anduviéramos él y yo habíamos ido juntos, pero esa vez no estuvo. Para mí fue clarito y muy triste: la familia estaba rota. Paula es contundente: “Sin mi marido, esa casa no tenía sentido para mí. La alquilé, me fui, destruí todo”.
En el grupo, quienes hace muy poco que se separaron alternan con otros que ya han dejado atrás el momento de la ruptura. A través del relato de los veteranos advierten que pese al bienintencionado consejo de algún amigo o familiar no hay plazos fijos para superar el trance.
También pueden comprobar que esa superación no depende tanto de bienestar económico o de que rápidamente encuentren una nueva pareja, sino de otros factores.
Daniel, por ejemplo, se separó gozando de excelente posición económica, compró departamento y al mes ya tenía una nueva pareja. Acude al grupo porque esta segunda relación acaba de terminar y se da cuenta de que sus vivencias actuales tienen que ver con la primera separación. “En aquel momento pensé que todo era fantástico y no entendía por qué otros separados se hacían tanto drama. Pero en realidad estaba huyendo y tapando. No me di tiempo para revisar qué nos había pasado. Ahora, a un año de separado, me encuentro con que tengo fantasías de retorno y ella, que al principio estaba muy mal, ya se acostumbró y no quiere saber nada de mí”.
En el caso de Flora, las dificultades económicas la llevaron a volver a la casa de sus padres, junto con su pequeña hija. “¡Es una situación muy loca reconoce-, porque mis padres se meten en todo y mi ex llama todos los días con la excusa de preguntar por la nena pero hace extrañas alianzas con mamá. Yo pensaba que era el precio que debía pagar porque la nena estuviera bien cuidada, a cargo de los abuelos. Sin embargo, ahora estoy pensando que me aterrorizaba la soledad y en el grupo estoy encontrando las fuerzas para mudarme y hacer frente a los manejos de él”.
Tiempo. Tiempo y otros apoyos emocionales son necesarios para empezar de nuevo, pensándonos ahora como un ser individual, independiente de aquel otro en quien alguna vez confiamos.
Y nada de esto aparece espontáneamente si primero no desacotamos todas las emociones, todos los sentimientos que surgen frente a la ruptura. Porque aunque los meses pasen, podemos quedar pegados al impacto del día después, encerrados en la prisión del reproche, la culpa o el resentimiento. Es necesario reconocer y expresar las propias emociones, re-pensar esta historia conyugal frente a la cual tenemos una responsabilidad compartida tanto en el placer como en el sufrimiento- y encontrar por esta vía la llave que nos abra la puerta hacia los nuevos caminos.
El desafío es grande. Y el camino es difícil, pero no imposible.
Lic. Matilde Garvich
Realidad, tiempo, seguridad, y oportunidad de salir adelante con lo tenemos y construyamos.
Gracias siempre Mati
Simplemente esclarecedor y muy profundo !! Gracias por compartirlo !! Eso de compartir la responsabilidad es lo que más me cuesta admitir !!
Da cierto alivio saber que no somos los unicos que enfrentamos esas pruebas y que si se puede curar e incluso ser mejor que antes. Muchas gracias Matilde preciosa redaccion un balsamo de literatura.