¡Padres violentos, familia violenta, hijos violentos!
La crónica periodística a diario nos informa de las múltiples situaciones de violencia familiar, sin embargo sabemos que los hechos de violencia son muchos pero muchos más. Nos enteramos de casos extremos, casos donde generalmente hay una vida truncada, casos que son noticias sensacionalistas, pero en realidad ignoramos cuánta violencia queda oculta entre las paredes de muchos hogares de apariencia normales. A menudo somos testigos o partícipes de hechos que calificamos de aceptables, sin reconocer la violencia que llevan implícita.
A veces se suele pensar que la violencia intrafamiliar sólo existe en las de niveles bajos en educación, en familias que viven en condiciones precarias. Esto no es cierto, las situaciones de violencia se presentan en todos los niveles sociales. Sucede que en los niveles más altos se tolera muy a menudo para conservar una buena imagen exterior de la familia, o se acepta como precio por las ventajas económicas o de otro tipo que el agredido obtiene ocultando la realidad.
Leemos, hablamos de casos de violencia, pero pocas veces nos detenemos en tratar de entender dónde están las raíces de esta violencia. Frecuentemente cada situación se resume en identificar quién es la víctima y quién es el agresor, en proteger a la víctima y castigar al agresor. A menudo se sobre simplifica la situación y se la plantea como una cuestión de género: ¿Los hombres son machistas, son agresores?.
Para evitar la violencia intrafamiliar es necesario entender su origen y las razones que permiten su desarrollo. Cuando se investigan los antecedentes de una persona violenta, casi siempre se comprueba que el agresor fue un agredido en su infancia o parte de una familia donde existía mucha agresión entre sus miembros.
Si los adultos queremos hacer algo para disminuir la violencia intrafamiliar debemos entender que la forma en que educamos a nuestros hijos es de fundamental importancia para permitir un desarrollo sano que, lejos de usar la violencia, se apoye en el respeto a los otros, en el diálogo y en la negociación como método de convivencia.
Los hijos castigados, humillados, manejados con imposiciones, abusados emocionalmente, desarrollan conductas de sometimiento, inseguridad, impotencia, como respuesta, estas emociones los obligan a desarrollar agresividad para defenderse de ese ambiente hostil, se convierten en seres agresivos.
Es asombrosa la cantidad de padres que aceptan la violencia como método de educación. Con golpes, nalgadas, fajazos podremos domesticarlos, como se hace con los animales, pero con los niños no lograremos seres sanos, creativos y pensantes, solo estaremos sembrando la semilla del rencor, de la venganza y la violencia. Aquellos que dicen que una bofetada de vez en cuando no les hace daño están justificando el uso de la fuerza. Amor y crueldad se excluyen, no se abofetea por amor.
Los gritos, las reprimendas, los golpes, las decisiones arbitrarias, las órdenes, el abuso de la autoridad paterna está destinada a callar al niño; lo humillan y lo degradan, y así se va instalando la vergüenza tóxica que, cuando adulto, lo lleva a la timidez, a la imposibilidad de preguntar, cuestionar, comunicarse, o le hace desarrollar, como dijimos antes, una personalidad agresiva.
Los padres, personas que arrastran sus propios problemas por haber sido un eslabón de esta cadena de abusos y maltratos, necesitan poner mucho esfuerzo en tratar de quebrarla, deben aprender a entender a sus hijos, a comunicarse adecuadamente con ellos. Tienen que saber que los niños son testigos de los problemas familiares, que a menudo privados de la palabra, sin explicaciones que le permitan entender lo que acontece sufren en silencio, viven con miedo y que, más tarde, esa frustración la actúan en conductas rebeldes, problemas escolares y sociales, en adicciones a drogas o alcohol.
Necesitamos entender que la indisciplina de los niños es un llamado de atención sobre el problema y la angustia que están viviendo en su hogar. Cuando los padres tienen poco o ningún diálogo con sus hijos, cuando hay agresión e irrespeto en la dinámica familiar producen como resultado un niño conflictuado.
De adultos estos niños crecen con su niño herido, son adultos con un cuerpo grande pero con un corazón dañado, han crecido en hogares donde la función paterna y materna no se ha cumplido tienen una pobre imagen de sí mismos, encuentran, en la violencia una forma de sobrevivir frente a toda la agresión sufrida.
Dorothy L. Nolte afirma que un niño aprende de los adultos y que tarde o temprano los imitará. Ella escribió las siguientes afirmaciones:
• Si un niño vive con reprobación aprende a condenar.
• Si un niño vive con hostilidad, aprende a pelear.
• Si un niño vive con burla aprende a ser tímido.
• Si vive con vergüenza, aprende a sentirse culpable.
• Si un niño vive con estímulos aprende a tener confianza en sí mismo.
• Si vive con aprobación y alabanzas aprende a gustarse, a apreciarse.
• Si vive con reconocimiento aprende a tener una meta.
• Si vive en un ambiente solidario aprende a ser generoso.
• Si vive con seguridad aprende a tener confianza en sí mismo y en los que lo rodean.
Este enfoque de la violencia familiar nos lleva a pensar en un plan a largo plazo donde el desafío es quebrar esta cadena: padres violentos, familias violentas, hijos violentos. Por eso insisto, para sanar las próximas generaciones, debemos tener niños más sanos para luego tener mejores padres, mejores maestros, para iniciar un proceso de evolución que nos permita un camino de convivencia armónica, con menos violencia, con más respeto por el otro. Esto es una responsabilidad social, pero también una responsabilidad individual, cada uno de nosotros debe reflexionar sobre como corregir sus propios errores, como superar sus dificultades personales y familiares para ser parte de una familia más sana, y educar a sus hijos de manera que cada uno pueda:
• Recuperar la confianza básica dañada.
• Fortalecer la capacidad pensante.
• Estimular las diferencias.
• Relacionarnos con respeto mutuo.
• Facilitar la comunicación a través del diálogo.
• Explicar y fundamentar.
• Establecer reglas y límites flexibles.
Es lógico notar que una propuesta a largo plazo debe estar acompañada de otra que atienda los problemas que requieren acción inmediata. La violencia intrafamiliar es hoy un problema serio, debemos actuar contra ella en varios frentes, la sociedad ha creado leyes, y organismos que protegen a las víctimas, y ha establecido penalidades para los agresores. Cada uno de nosotros debe tener claro que nadie tiene derecho a ejercer violencia sobre otra persona. Se debe denunciar al agresor. Se debe proteger al agredido.
La violencia familiar suele a menudo venir acompañada de problemas de alcoholismo, drogas o cuestiones vinculadas al dinero, en todos los casos debe considerarse que una no justifica a la otra, más bien debemos buscar las formas de poner fin a cada una de ellas. En estos casos la comunicación entre los miembros de la familia, un buen diálogo, un deseo firme de modificar la situación y un claro establecimiento de límites que asegure el respeto a cada uno de sus miembros son pasos fundamentales hacia un mejoramiento de la situación.
La sociedad en su conjunto debe encarar el problema atacando los orígenes mismos de estos males: alcoholismo, drogas, violencia en todas sus formas, uso indebido del poder, mal uso de los medios de comunicación, justicia ineficiente, explotación económica, pobreza extrema, todos ellos son generadores de violencia.
A lo largo de muchos años de trabajo e investigación sobre situaciones de crisis he desarrollado una metodología que está enfocada a la sanación de nuestro niño interior. Los resultados alcanzados, en cada uno de los participantes en los Talleres de Encuentro con Nuestro Niño Interior muestran cómo se puede descubrir los antecedentes infantiles de nuestras conductas adultas y comprobar que a medida que vamos tomando conciencia de nuestras heridas y las causas de las mismas, adquirimos la fuerza para modificar nuestra propia vida y la manera de vincularnos con los demás.
El encuentro con nuestro niño interior herido, nos permite además analizar nuestro rol como padres o futuros padres. Nos muestra como seguimos repitiendo conductas que aprendimos de nuestros padres y hoy utilizamos erróneamente con nuestros hijos. Nos fuerza a pensar cómo romper la cadena de la que antes hablábamos: padres violentos, familia violenta, hijos violentos.
Lic. Matilde Garvich