COMPLETA Y FELIZ
Naranja dulce
limón partido
dame un besito
que yo te pido.
Si fueran falsos
mis juramentos
en poco tiempo
me olvidarás…
(Canción popular de la infancia)
¿A quién se le ocurrió la idea de decir que somos la media naranja de alguien? Las mujeres que hemos tenido experiencias de pareja, sin importar que fueran placenteras o desastrosas, sabemos lo difícil que resulta asumir, por más poético y metafórico que se nos presente, el papel de media naranja cuando a lo mejor, en el camino, nuestro par resulta ser la mitad de un limón ácido, media mandarina o un pedazo de naranja agria, de esas tan buenas para abrir el apetito. Y aunque nos resultara un limón dulce, jamás podríamos empatarnos a él, ni siquiera en el plano científico. Seguiría siendo un acoplamiento desigual, una mala “conjugación”.Y es que en ocasiones somos exprimidas totalmente mientras nuestra “media naranja” rueda hacia otro árbol en su búsqueda sin sentido.
Pero no crean que siempre he pensado así. Yo también caí en la trampa de creerme incompleta y esperar ilusionada a aquel caballero andante, al príncipe azul que llenaría todos mis vacíos y sin el cual mi vida no tendría ningún sentido. Y en mis juegos de niña, además de la canción de la naranja dulce cantaba el “arroz con leche”, pensando que si sabía coser, si sabía bordar, si sabía abrir la puerta para ir a jugar, (entre otras cosas) sería la escogida y viviríamos felices para siempre. Y ni qué decir de la “pájara pinta”, que me hacía arrodillarme a los pies de mi amante, levantarme constante constante, darle una mano, darle la otra y darle un besito sobre la boca, aunque me diera vergüenza.
De esta manera creí cumplir mi sueño, al conocer a aquel hombre atractivo, galante y elocuente que también había cantado las canciones de la infancia, solo que con otra letra que yo no conocía. Y se acabaron los juegos y las canciones. También se acabó la ilusión, la ternura, el respeto, por lo que pasamos a ser los protagonistas de una historia de horror que estuvo a punto de terminar con mi vida y no precisamente en el sentido literal.
-Pero ¿por qué se separaron? -Preguntaba la gente. Era una pareja tan linda, ¡parecían quererse tanto!
-Esta semana hay un Retiro Espiritual para matrimonios- anunciaba aquella amiga tan cercana a la iglesia. Si querés les busco un campito.
-Yo te puedo recomendar una sicóloga muy entendida en esas cosas- decía otra, tratando de mantener las apariencias a sabiendas de que su media naranja, desde hacía mucho tiempo, andaba buscando otras frutas.
Pero todos los intentos por empatar mitades totalmente distintas, con buena o mala intención, fueron en vano. Ahí no cabía la paciencia, la tolerancia y las buenas costumbres de una sociedad mentirosa que insistía en que “el matrimonio es la base de la sociedad” y que las mujeres éramos las encargadas de no permitir que se nos derrumbara. Y mucho menos los conceptos religiosos absurdos y ridículos que me hacían sentir culpable de todo lo que me sucedía. O aquella otra idea tan entronizada en mi corazón de que entre más sufriera, más agradable iba a ser a los ojos de Dios, más cerca estaba de alcanzar el Reino de los Cielos. Y para cerrar con broche de oro, en mis pesadillas resonaban las palabras que a alguien se le ocurrió incluir al final de las ceremonias matrimoniales, cuando en medio de la emoción, las lágrimas y los aplausos se escuchaba un “hasta que la muerte los separe”, que para algunos no es más que una clara incitación al asesinato y no aclara la muerte de quién.
Creí inocentemente que entre más les ocultara a mis hijos lo que sucedía, menos problemas iban a tener en el futuro. Quería mantenerles la falsa imagen del papá perfecto, aunque eso me costara la dignidad y la vida.
¡Qué equivocada estaba! Los niños, sabían la verdad sobre la procedencia de los moretones y las fracturas aun cuando tratara de disimularlos con maquillaje y mentiras piadosas. Estaban convencidos de que no eran producto de un abrazo, ni de un juego, ni de un pequeño accidente, de esos que me ocurrían con tanta frecuencia por ser tan distraída, según aseguraba su papá. Pero estaban acostumbrados a callar y a llorar a escondidas, siguiendo el ejemplo de mamá. Ellos sabían por qué él llegaba tan tarde, de las falsas giras de trabajo y de las llamadas equivocadas.
Y me visitó la enfermedad, la depresión, los intentos de suicidio, la desesperanza, el abandono. Y Dios estuvo allí, pero no para juzgarme ni condenarme, ni siquiera para confirmar aquellas creencias equivocadas que arrastraba acerca de Su Amor. Se presentó en formas diferentes para llenarme de fuerza y esperanza, para decirme que me amaba y para sacarme adelante en medio de la más absoluta oscuridad. Me habló al oído y al corazón para convencerme de que de sus Manos Creadoras nunca salió nada incompleto, no hizo nunca medio animal, ni media persona, ni media naranja. Que se había tomado el tiempo necesario para compartir su perfección con cada uno de nosotros, conmigo, con su amada criatura.
Lo escuché, le creí, me dejé llenar de su sabiduría infinita y tomé una decisión que cambió mi vida para siempre. Recobré la salud, la paz, la alegría, la libertad, mi otra parte. Y de nuevo volví a ser yo, la mujer perfecta y maravillosa que un día salió de las manos de Dios.
Y como una muestra más de que mis decisiones habían sido acertadas, cruzó mi camino con el de otra de sus creaciones, con un ser completo y maravilloso con el que hoy comparto mi vida y cuyo color favorito, es curiosamente el naranja.
Soy una fruta entera, fresca y jugosa, a pesar de los años y las experiencias. Disfruto de la magia de un amor verdadero que me hidrata continuamente y participo en el mismo proceso, sin agotarme.
También jugamos como niños y nos reímos al cantar las viejas canciones de la infancia. En nuestro patio florecen los limones dulces, las mandarinas, los limones ácidos y las naranjas agrias. De vez en cuando enredan sus ramas y se abrazan, pero cada uno permanece tal y como fue creado.
¿Ahora entienden por qué digo que no creo en el mito de la media naranja?
Este articulo fue escrito por Ani Brenes