“…Tan a menudo hemos observado gente que mira sin ver, oye sin escuchar,habla sin sentido, se mueve sin darse cuenta, toca sin sentir…”
Virginia Satir
Desde muy chicos percibimos que si hacemos lo que deseamos, si manifestamos nuestros sentimientos, corremos el riesgo de que no nos acepten. Si nos critican y nos humillan constantemente nos volvemos mudos y sordos; creamos eso que se llama el falso self, las máscaras encubridoras de nuestro rostro verdadero.
Las múltiples máscaras nos permiten desenvolvernos en la vida de una manera “correcta”,como “debe ser”; como quieren los otros. Nos permiten quedar bien, ser simpáticos, educados, y hacer todo lo que creemos que se espera de nosotros. Invitamos a nuestro hogar, aunque nos provoque malestar e insatisfacción, a gente que no nos agrada, pero lo hacemos porque son relaciones convenientes; nos callamos ante situaciones ofensivas por miedo a perder el empleo, hacemos lo que no sentimos porque esperamos crédito de ello. A veces tiene que pasar mucho tiempo de trabajo terapéutico para que nos demos cuenta del efecto que estos disfraces tienen en nuestra vida.
En la cotidianidad, no somos conscientes de la variedad de personalidades que adoptamos, nos transformamos en el niño bueno, la princesita de papá, el omnipotente, el cuidador, la contestadora, el sacrificado de la familia; y también en el malo, la víctima, el fracasado.
“… hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.”, ironiza Girondo. Cada uno de estos disfraces nos da seguridad y protección, pero impide conocer nuestro propio deseo.
Las máscaras sirven para esconder los sentimientos y revelan sólo lo que uno imagina que el otro quiere ver. Si considero que el otro me quiere buena, me pongo la máscara de buena, y creo que entonces seré querida. Este amoldarse permanentemente a las expectativas ajenas provoca vacío, extrañamiento, desazón. “Creo que soy una persona y no me doy cuenta cuántas personalidades conviven en mí. Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan”,dice Girondo.
Lic. Matilde Garvich