Los diálogos que las personas hacen entre su niño y su adulto durante el Proceso de Sanación, permiten darse cuenta como su corazón se fue tornando rígido y fueron quedando presos de los esquemas y mandatos familiares, adoptando conductas automáticas que los volvieron insensibles a lo que sienten en realidad. Desde niños, aprendimos a evitar las heridas, a no arriesgarnos, a no expresar lo que sentimos, y nos fuimos habituando a una especie de insensibilidad generalizada que, si bien nos protege del dolor, nos priva de la alegría de vivir.

Al escuchar por primera vez la voz de nuestro niño interior nos resulta extraña, así como sus deseos, necesidades y miedos, su tristeza y su alegría; pero más sorprendente aún es darnos cuenta de la calidad de la respuesta que le da nuestro adulto internalizado.  Algunos autores llaman a la voz del adulto de diferentes maneras: el psicoanalista Eric Berne se refiere a ella como “Una colección de grabaciones de nuestra madre y padre, semejantes a audio casettes”, y Fritz Perls, creador de la escuela gestáltica, la denominó “Voces parentales introyectadas”.  Estas voces actúan siempre marcando nuestras equivocaciones; juzgan de tal forma que nos dejan la sensación de que no hacemos nada bien. La vergüenza, en esos casos, nos paraliza: entramos en confusión sin tener parámetros ni para elegir ni para actuar.

 El adulto internalizado o crítico interior tiene opinión racional, intelectualiza, critica, reprime, se conecta con el pensamiento. Nos recuerda constantemente a las voces de nuestras figuras significativas: padre, madre,abuelos.

El niño sano, en cambio, se expresa con total espontaneidad; su lenguaje es el de las emociones y sentimientos, goza con lo que vive, se ríe, juega. Sin temor puede decir: “estoy aburrido, no estoy enamorado, no me gusta, estoy harto”,es la parte viva, enérgica, creativa, nuestro verdadero yo, lo que somos, lo que hemos olvidado como consecuencia del proceso de socialización.

El niño herido, en cambio, está enojado, aburrido, lleno de complejos, es adictivo, temeroso, siempre cree que va a caer mal, se siente amordazado, no puede expresar sus verdaderos sentimientos y para quedar bien dice lo contrario de lo que piensa: “qué bien que lo estoy pasando, cuánto lo amo, cómo me gusta,  qué bien me siento”; el resultado es una autoestafa y los sentimientos se vuelven tóxicos.

  Cuando nuestro niño esta muy herido,el crítico interior es implacable, ante cada observación que este le hace, el niño se paraliza y acepta todas sus observaciones claudicando y abandonando todos sus deseos y sentimientos. Necesita recuperar la confianza perdida,enfrentar al crítico interno y entonces comenzar un nuevo diálogo con el adulto sano.

Vivimos con una voz que expresa y otra que reprime y entre ambas un ser que ha emprendido la búsqueda de sí mismo y se pregunta: ¿Qué quiero? ¿Qué siento? ¿Qué necesito? Para encontrar las respuestas a estas preguntas necesitamos dominar a nuestro crítico interno, darnos cuenta que sus afirmaciones ya no son válidas, necesitamos adoptar a nuestro niño interior. Adoptarlo implica precisamente dejar las viejas estructuras de pensamiento y empezar un nuevo camino para escuchar a nuestro corazón, esto se va logrando a medida que empezamos a valorarnos, que tomamos en cuenta nuestras necesidades, sentimientos y empezamos a actuar sobre nuestros anhelos. Comprendemos que estamos hechos no sólo para pensar y actuar sino para sentir.

En el proceso de sanación vamos descubriendo que de nosotros depende crear el camino de una nueva infancia y proteger a nuestro niño hasta que pueda cuidarse a sí mismo a esto lo llamo, como veremos más adelante “Reparentalización.”

Comenzamos a entender que cuando nuestro niño desea algo nuestro adulto debe escucharlo y comenzar a dialogar, negociando, buscando que es lo que más satisface a los dos, qué es lo posible dentro de lo deseable, así aprenderemos a respetar los deseos y sentimientos de nuestro niño combinándolos con la responsabilidad de nuestro adulto.

Lic. Matilde Garvich

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