Todas las personas que sufren humillaciones, descalificaciones, abuso emocional o sexual, cuando adultas, responden de la misma manera que respondieron a la situación original. Como niños, no tenían la habilidad, ni los recursos o medios de escapar a las situaciones de abuso y tampoco tenían control alguno sobre esas circunstancias.
Hoy son adultos con un cuerpo grande pero con un corazón dañado, han crecido en hogares donde la función paterna y materna no se ha cumplido.
Por defectuosos que sean los modelos de relación, son los únicos conocidos. Por eso cuando de adultos se vuelve a revivir algunas de aquellas situaciones traumáticas se sobre actúa impulsados por todo el dolor contenido.
Necesitamos entender que la indisciplina de los niños es un llamado de atención sobre el problema y la angustia que están viviendo en su hogar. Cuando los padres tienen poco o ningún diálogo con sus hijos, cuando hay agresión e irrespeto en la dinámica familiar producen como resultado un niño conflictuado. De adultos estos niños crecen con su niño herido, tienen una pobre imagen de si mismos, y encuentran en la violencia una forma de sobrevivir frente a toda la agresión sufrida.
En el matrimonio vuelve a surgir con toda su fuerza el niño herido. Se busca desesperadamente al príncipe azul o a la princesita, aquel o aquella que brindará todo lo que nos ha faltado en nuestros hogares de origen y, cuando creen encontrarlo, se casan o forman pareja envueltos en una ilusión que pronto se desvanecerá. Las heridas sufridas en la infancia deben ser curadas por uno mismo, ningún otro lo hará. Por eso insisto en mi trabajo terapéutico, la importancia de que cada miembro de la pareja indague en su propio ser, antes de pasarse la vida poniendo los problemas afuera.
Este tema lo trato ampliamente en mi libro: “Con este si…, con esta no…¿Con quién me caso yo?”
Para sanar las próximas generaciones, debemos tener niños más sanos para luego tener mejores padres, mejores maestros, iniciando así un proceso de evolución que nos permita un camino de convivencia armónica, con menos violencia, con más respeto por el otro. Esto es una responsabilidad social, pero también una responsabilidad individual, cada uno de nosotros deberé flexionar sobre como corregir sus propios errores, como superar sus dificultades personales y familiares para ser parte de una familia más sana, y educar a sus hijos de manera que cada uno pueda:
Recuperar la confianza básica dañada.
Fortalecer la capacidad pensante.
Estimular las diferencias.
Relacionarnos con respeto mutuo.
Facilitar la comunicación a través del diálogo.
Explicar y fundamentar.
Establecer reglas y límites flexibles.
Los resultados alcanzados, en cada uno de los participantes en los “Talleres de Encuentro con Nuestro Niño Interior” me muestran cómo se pueden descubrir los antecedentes infantiles de nuestras conductas adultas y comprobar que a medida que vamos tomando conciencia de nuestras heridas y las causas de las mismas, adquirimos la fuerza para modificar nuestra propia vida y la manera de vincularnos con los demás.
El encuentro con nuestro niño interior herido, nos permite además analizar nuestro rol como padres o futuros padres. Nos muestra como seguimos repitiendo conductas que aprendimos de nuestros padres y hoy utilizamos erróneamente con nuestros hijos. Nos fuerza a pensar cómo romperla cadena de la que antes hablábamos: “padres violentos, familia violenta, hijos violentos.
Matilde Garvich