Has escrito un libro sobre el crecimiento amoroso, unas páginas íntimas capaces de crear el clima en el que es posible dialogar consigo mismo, con las propias heridas, los recuerdos difíciles, nuestros propios temblores corporales y del alma.
No es una obra científica, aunque no falte ciencia, ni tam-poco un volumen de autoayuda; aunque efectivamente pue-da ayudar y asistir al otro. Se trata de una confesion articulada, una rneditación práctica en medio del cotidiano ejercer la vida.
Es el tuyo un ensayo, en la vieja tradición de la moderni-dad, de un Montaigne. Al comienzo del mundo moderno, Montaigne escribió ensayos y así los llamó. Ensayos, inten-tos fragmentarios, experimentaciones, vivencias de una con-ciencia sorprendida, casi en borrador, sincera en su desga-rramiento, aprendiendo a coserse y descoserse, estructurarse y desestructurarse; capaz de no temer al flujo, a la corriente, al río del pensamiento en el que nadamos y nos ahogamos desde Heráclito a William James; sin demasiados salvavi-das. Encuentros con un “yo” del que uno se desprende, se retoma que explora cicatrices.
Ensayos, estudios sobre si mismo en la medida en que uno mismo es el otro y el otro es uno. Algo mas que una referencia, el riesgo de una identificación y el riesgo de una diferencia.
Tradición noble la del ensayo. En Argentina, -y pienso en Ezequiel Martinez Estrada-, el ensayo se ocupa de lo so-cial, de lo politico, de las mentalidades. Nos falta la tradi-ción francesa y tambien americana, desde Emerson, del en-sayo de etica vivencial, fenomenológica, el describir las esen-cias de lo vivido. A traves de tus citas de Saint Exupery, Monterroso, Laura Esquivel y Girondo, como de las histo-rias de vida tomadas de tu practica terapeutica, sazonadas con tu experiencia personal asi como las acertadas referen-cias a los maestros -desde Freud y Perls hasta Virginia Satir- -nos entregás tú ensayo de cómo sobrevivir y vivir plena-mente este pasaje que los kabalistas llaman de katnut a gadlut; de la esclavitud a la libertad, de la inmadurez a la madurez del miedo a la aceptación conciente y luminosa de nosotros mismos y de la vida. Para que el niño que llevamos dentro no se nos atrofie, y mantenga el asombro, la llama del deseo armonizada en la ley justa y no represiva.
Cumple tu ensayo con uno de los requisitos fundamenta-les de un ensayo que es entretener.
Un ensayo se esfuma si no entretiene permanentemente, si no entrega un goce de leer y de estar comunicandose consigo mismo comparable a la narrativa o a la poesia.
Como lector, he gozado leyendo este ensayo, he gozado de la lectura y de la relectura de ese goce supremo de la relectura. No sé si mientras escribías, se te aparecía el rostro del lector. A mí, mientras te leía se me aparecía tu rostro, cierta picardía en los ojos, una sonrisa de dificultad vencida y de dialéctica entre relajación y tensión que es Matilde Garvich, quizás una Matilde Garvich todavía mas desnuda y definida que la Matilde Garvich de todos los días.
Despues de mucho adivinar tu rostro, terminé concen-trándome en el mío, y en el rostro de mi niño interno para poder ser padre de mi propio nino interior. Le deseo, a los muchos lectores que tendrán esta obra, esta misma alegría de sorprender no solo el rostro de la autora sino también el rostro de sí mismo como padre o madre de su niño interior acercándose a su propio candor revelado sin verguenza y con aceptación, con auténtica valoración de sí y estima del proceso que lleva a esta conciliación.
Un libro riguroso del crecimiento amoroso que non lleva a abrazar al que fuimos, al que somos y al que seremos así como a la unidad de estas tres instancias.
Ruben Kanalenstein